viernes, 18 de noviembre de 2011

Novena a Jesús Nazareno de Medinaceli



ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh, Señor y Dios mío! Animado por vuestra infinita bondad y por los continuos favores que otorgáis a los que imploran delante de vuestra Imagen, misericordia y perdón, a Vos acudo, oh Padre mío, Jesús Nazareno, para ofreceros mis humildes obsequios y presentaros las necesidades de mi pobre alma. Confieso que os he ofendido con grandes faltas, que he repetido sin cesar; pero ya arrepentido, las detesto de veras y propongo ayudado de nuestra gracia enmendarme en lo venidero. Movido, pues, de estos sentimientos, os ruego, ¡oh mi buen Jesús!, que, por los dolores de vuestra Pasión, atendáis las súplicas que os dirijo en esta novena, si son de vuestro agrado y de provecho para mi alma. Amén.

[Rezar a continuación la oración del día que corresponda]
[Medítese y récense tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias]

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh, dulce y amado Padre mío, Jesús Nazareno! Al considerar vuestro amor y la bondad con que me habéis acogido en este día, un grito de gratitud se escapa de mis labios y el recuerdo de vuestras misericordias embarga mi alma. Por ganar mi amor bajasteis a la tierra y sufristeis toda clase de penas y trabajos y muerte de cruz. Por mí también, llegando al colmo de todas las bondades, os quedasteis en el Sacramento del altar, queriendo ser nuestro manjar, consuelo y perpetuo compañero. ¿Qué más? Por nuestro amor os presentáis en esa Imagen coronada de espinas, atado con duros cordeles y vestido con hábito de humildad y de paciencia. ¡Gracias, Señor, por todo!, y a fin de corresponder a vuestros favores, os pido la gracia de cumplir siempre vuestra ley, imitar vuestras virtudes y vivir y morir en vuestro amor. Amén.


DÍA PRIMERO

La hora de la Pasión ha llegado. Jesús se dirige con sus discípulos al Huerto de los Olivos, y allí, de rodillas, ora y ofrece a su eterno Padre sus dolores. La vista de las afrentas y muerte próxima es tan horrible, que le hace desfallecer hasta sudar sangre. Sólo le anima el pensamiento de que cumple la voluntad de su Padre y que de su muerte de cruz dependía nuestra salvación.
Haced, Jesús mío, que enjugue vuestro sudor, detestando mis pecados, causa de vuestra pasión y muerte.

DÍA SEGUNDO

Judas llega con sus soldados a prender a Jesús. Este sale a su encuentro, y al recibir el beso del traidor discípulo, los judíos caen sobre Jesús, como lobos sobre un manso cordero. Preso, pues, con gruesos cordeles, Jesús es llevado, entre insultos y golpes, como un facineroso, a presencia del Sumo Sacerdote.
Concédeme, Jesús mío, que yo sea manso y humilde como Vos, sufriendo los desprecios de mis prójimos.

DÍA TERCERO

Quién podrá declarar lo que Jesús padeció de parte de los judíos? Un vil criado del Pontífice le abofetea, y Caifás y los príncipes del pueblo le declaran reo de muerte. Los ministros del Sanedrín pasan la noche injuriándole y maltratándole ignominiosamente, algunos le escupen en el rostro y Herodes le desprecia por loco. Hasta Pedro, su fiel discípulo, se avergonzó de conocerle.
Y ¿me quejaré yo de las penas que he merecido por mis pecados? Señor, quiero sufrir algo por vuestro amor.

DÍA CUARTO

Los judíos piden a gritos la muerte de cruz para el Salvador. Pilatos, temiendo las amenazas del pueblo, cree que podrá aplacarle si mandan castigar a Jesús. Atado, pues, a una columna el divino Maestro es azotado tan bárbaramente por los sayones que su cuerpo es del todo desgarrado y cubierto de llagas y de sangre.
Oh, divino Redentor, haced que yo ame la mortificación, que necesito para borrar mis pecados.


DÍA QUINTO

Como Jesús habla afirmado que era Rey, los soldados de Pilatos quisieron burlarse de su realeza. Para eso mandan sentar a Jesús; echan sobre sus desnudas espaldas un manto viejo de púrpura, clavan en su cabeza una corona de punzantes espinas, y en sus manos ponen una caña a modo de cetro. Unos de rodillas le encarnecen vilmente, otros le llenan de saliva, y, cogiéndole la caña, le golpean con ella la cabeza, hincándole más y más las espinas.
Y yo, ante esta escena tristísima, ¿no aprenderé a tener paciencia, sufriendo por quien tanto sufrió por mi?

DÍA SEXTO

Pilatos, al ver la figura lastimosa que presentaba Jesús después de la coronación de espinas, creyó que los judíos se conmoverían con sólo verle. Lo sacó en público y dijo: Ecce Homo: Ved aquí al hombre; yo no encuentro en El causa de muerte. Pero los judíos, al ver a Jesús y oír las palabras del Presidente, contestaron a gritos: "Crucifícale, crucifícale".
Oh, Jesús mío, al oír los desprecios de los judíos y las blasfemias de muchos cristianos, protestaré en mi corazón diciendo "Viva Jesús!" "Bendito sea su santo Nombre!".

DÍA SÉPTIMO

Dada por Pilatos sentencia de muerte contra Jesús, los judíos se apresuraron a ponerla en ejecución. Visten de nuevo a Jesús con su túnica, cargan sobre sus hombros una pesada cruz, y le obligan a caminar así por las calles de Jerusalén. La turba corre tras de Jesús, ansiosa de llenarle de insultos. Iba el Salvador tan fatigado, que varias veces cayó en tierra, y temiendo los soldados que desfalleciese en el camino, obligaron al Cirineo a que le ayudara hasta el Calvario.
Hacer, Jesús mío, que Yo sea vuestro cirineo, llevando gustoso la cruz que me queráis enviar.

DÍA OCTAVO

Casi sin vida llegó Jesús al Calvario, y los crueles sayones al punto lo clavaron en la cruz con gruesos clavos. Entre gritos e insultos, lo levantaron después en alto, quedando Jesús en el más horrible suplicio. Al oír las injurias de sus enemigos, levantó el Salvador la voz y pidió para ellos el perdón y para nosotros la salvación
No fueron los judíos, oh paciente Jesús mío, los que os crucificaron, sino mis pecados. Por eso diré de continuo: Jesús mío, misericordia.

DÍA NOVENO

Oh, mi amado Jesús! ¡Qué bien representa esa vuestra Imagen de Nazareno lo mucho que hicisteis y sufristeis por nosotros! Cautivo de los moros que tanto os injuriaron y maltrataron, nos disteis ejemplo de paciencia invencible. Con los cristianos, que os rescataron fuisteis el Dios de los consuelos; y aquí en Madrid, donde entrasteis como Rey de amor, regís y gobernáis desde ese trono los corazones de vuestros esclavos y devotos.
¡Oh, buen Jesús! Regid y gobernad los afectos de mi corazón, para que os sirva como a mi Dios y Señor. Amén.